jueves, julio 12, 2007

¿POR QUÉ HAY CATOLICOS QUE DEJAN LA IGLESIA Y SE VA N A OTRAS CONFESIONES?

REVISEMOS LAS HOMILIAS

Por CLOTARIO HEMER CERVATES, Pbro.
Párroco de la Unidad Pastoral Santísima Trinidad

¿Cómo hemos analizado el fenómeno de la deserción de los católicos hacia otras confesiones? En la siguiente forma:

1. Reconocimos el fenómeno como algo real, permanente, preocupante y originado por múltiples factores.
2. Analizamos los factores que pueden estar empujando a católicos a irse del seno de la Iglesia. Es decir, consideramos los factores centrífugos del éxodo.
3. Analizamos los factores centrípetos del fenómeno, es decir, los atractivos que les ofrecen las otras confesiones a nuestros hermanos para dejar la Iglesia cristiana católica e irse a ellas.

En este artículo analizaremos posibles remedios a esta grave situación. Aquí remedio significa: a) ofrecerles nosotros lo que ellos van a buscar a otra parte; b) traer de nuevo a casa a los que se fueron. No es muy fácil obtener pronto y eficazmente ambos objetivos.

La V Conferencia Episcopal Latinoamericana en Brasil ha señalado derroteros para esta labor, y el curso sobre Ecumenismo que hemos recibido los sacerdotes de la Arquidiócesis de Barranquilla durante una semana de formación, son como el preludio de la acción que los momentos actuales exigen de la Iglesia cristiana católica. Esta es una acción de toda la Iglesia, de clérigos y laicos. En este artículo presento algunas sugerencias, que son como lógica consecuencia del análisis que hemos hecho en los artículos anteriores. He aquí las sugerencias:

1. Los Sacerdotes. Lo primero que tendríamos que revisar es nuestra predicación, especialmente la homilía dominical. No soy especialista en homilética, pero me apoyo, en primer lugar, en el Concilio Vaticano II, que en la constitución Sacrosanctum Concilium, numeral 52, al hablar de la homilía, dice así: “Se recomienda, encarecidamente, como parte de la misma liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana. Más aún, en las Misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto con asistencia del pueblo, nunca se omita, si no es por causa grave”. La constitución Dei Verbum, en el numeral 25, dice así: “Todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la Palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse predicadores vacíos de la Palabra, que no la escuchan por dentro, y han de comunicar a sus fieles, sobre todo en los actos litúrgicos, las riquezas de la Palabra de Dios.” Estos dos textos nos describen con absoluta claridad cómo debe ser la homilía: fruto de la lectura y del estudio asiduo de la Sagrada Escritura para poder escuchar “por dentro” la Palabra que hemos de comunicar a los fieles en la homilía, a partir de los textos bíblicos de la liturgia, como exposición de los “misterios de la fe” y las “formas de la vida cristiana”. Se supone que la oración es también un ingrediente imprescindible en la preparación de la homilía, prepararla delante del sagrario o en la presencia y bajo la inspiración del Espíritu Santo. Es, pues, totalmente contraria a las normas y expectativas de la Iglesia que los sacerdotes improvisemos la homilía. Corremos el riesgo de volvernos “predicadores vacíos” de la Palabra.

Hace poco programé unas entrevistas con cada uno de los miembros del Ecap. Antes de la entrevista o diálogo, les entregué un listado de los puntos que yo sugería para conversar o intercambiar ideas con ellos. Uno de los puntos era la siguiente pregunta: ¿Piensa usted que la predicación del párroco, especialmente la homilía, llena las expectativas de los fieles? Hasta el momento he recibido tres opiniones que me han obligado a repensar y preparar mejor mi predicación. Según me informan estos miembros del Ecap, a mi predicación le falta tocar más de cerca la vida, especialmente las relaciones en el seno de la familia. Orientarla más a los esposos, padres de familia, hijos, jóvenes, etc.

En alguna ocasión puse en práctica la siguiente estrategia para preparar la homilía: invitaba y me reunía con los fieles que aceptaban mi invitación (la hacía en las misas del domingo) para preparar la homilía del siguiente domingo, a partir de los textos bíblicos correspondientes. Después de orar y leer los textos, cada uno decía qué mensaje le sugerían los textos y qué puntos de la fe y exigencias de la conducta debían destacarse en la homilía. A partir de esta experiencia organizaba yo la homilía. Me quedaba la tranquilidad de que la homilía que yo predicaba recogía el sentir de algunos laicos de la comunidad. En otras ocasiones he escuchado afirmaciones como éstas: “me llegó la predicación”; durante la predicación sentí que Dios me hablaba”; “el Señor me iluminó por medio de la homilía” ¡Ojalá nuestras homilías produjeran siempre estos efectos!

Me llama la atención, por ejemplo, la demanda que tiene el padre Linero, especialmente con la juventud. Pienso que es por su lenguaje sencillo, el que usa la gente, y porque va directamente a sus problemas. Los fieles obtienen de él una respuesta u orientación que los deja satisfechos. Dígase lo mismo del “padre Chucho”. Ellos se identifican con los problemas de la gente. Su lenguaje les llega, los fieles los entienden. El público los busca, no para oír su elocuencia o sus discursos, sino porque en ellos encuentran respuesta a sus problemas y preocupaciones. Es que la gente va en busca de quien se interese por sus problemas.

El lenguaje de la homilía debe ser sencillo, claro, ameno y su duración debe ser breve. Cuando veo que algún fiel se duerme, durante mi homilía, pienso que la homilía no lo ha interesado lo suficiente, porque prefiere dormir. El sueño puede más que la fuerza de mi predicación. Cuando veo que algún feligrés mira el reloj, pienso que posiblemente me estoy alargando demasiado. En resumen, es posible que nunca sea suficiente el cuidado y la diligencia que dediquemos a preparar nuestra homilía, de tal manera que ella pueda llegar al corazón de los fieles y éstos sientan gusto y necesidad de oírla.

Recordemos lo que Mateo dice de Jesús: “se pasmaban las turbas de su enseñanza, porque los instruía como quien tiene autoridad, y no como sus escribas” (7,28ª-29). Pablo escribe a los corintios que Cristo lo envió a evangelizar, “no con sabiduría de palabra, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo.” (1 Co1,17) “Yo, hermanos, llegué a anunciaros el testimonio de Dios no con sublimidad de elocuencia o de sabiduría, que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté a vosotros en debilidad, temor y mucho temblor; mi palabra y mi predicación no fue en persuasivos discursos de humana sabiduría, sino en la manifestación del espíritu de fortaleza, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1 Co 2,1-5)

Juntamente con el esfuerzo por una predicación que llegue al corazón de los fieles, los sacerdotes no podemos olvidar una regla de oro de la pastoral y es que el buen pastor “conoce a sus ovejas”; “el buen pastor da su vida por las ovejas”; las ovejas siguen al buen pastor porque “conocen su voz” (Jn 10,11.4). Con esto quiero decir que el sacerdote, especialmente el párroco, tiene que estar muy cerca de las familias, visitarlas de tal manera que éstas sepan que cuentan con su párroco. Una forma de estar muy cerca de las familias y conocer sus problemas es la atención regular del despacho parroquial, la confesión en días y horas fijas y la consulta espiritual. En ocasiones he oído a personas quejarse de lo difícil que es encontrar quien las confiese. En resumen, entre el sacerdote y las familias debe existir una estrecha y cordial relación.

Conclusión: si la gente se va en busca de quien les ofrezca acogida y se interese en sus problemas, sigue que quienes tenemos el cuidado pastoral de los fieles tenemos que estar siempre asequibles a todas las personas, creyentes y no creyentes. Y la motivación de esto no debe ser proselitismo, sino verdadera entrega como testigos del amor de Cristo.

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